"Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua." Rosa Luxemburgo

miércoles, 4 de julio de 2012

Nacionalizar la banca

por Carlos Javier Bugallo Salomon,


A lo largo del período 1800-2008, las economías avanzadas han conocido una sucesión constante de crisis bancarias; sólo en el período que transcurre desde la Segunda Guerra Mundial en adelante, en todo el mundo se han registrado unas 138.[1]

Hay dos clases de crisis bancarias: el estrés financiero (moderada) y la sistémica (grave). En el caso del estrés financiero, la insolvencia del banco sólo afecta al capital de los accionistas, que se evapora tras la quiebra. Pero en el caso de las crisis sistémicas, los efectos adversos sobre otros agentes económicos pueden ser muy graves –que los especialistas denominan ‘economías externas negativas’-, afectando a la marcha general de la economía.[2]

Sin embargo, no hay una definición objetiva aceptada de cuando un problema en el sector bancario se convierte en sistémico. Esta incertidumbre y la posibilidad de contagio a otros bancos –por las nutridas relaciones que existen entre ellos-, sugiere que un problema puede tener implicaciones sistémicas, incluso si sólo una pequeña porción de los activos del sistema bancario se han deteriorado.[3]

La más importante crisis sistémica ocurrió durante la Gran Depresión de los años 30 del siglo pasado, que dejó tras de sí una larga estela de quiebras bancarias, y que obligó a los gobiernos a la nacionalización de buena parte de estos bancos. Empero, se consideró que esta medida debía tener un carácter transitorio, y cuando se pudo se procedió a la privatización de los bancos.

Algo semejante está ocurriendo en la presente crisis financiera: las nacionalizaciones comenzaron en los EE.UU. y Gran Bretaña (que curiosamente son los focos del conservadurismo político contemporáneo) y se extendieron a otros países desarrollados... como en España, donde cinco bancos (Novagalicia, CatalunyaCaixa, Banco de Valencia y Bankia) esperan ser pronto privatizados y otro (Unnim), ya ha sido subastado.

Empero, existen poderosos argumentos para defender el carácter público del sistema bancario, y que rara vez aparecen en los medios de comunicación convencionales. Por ello, creemos oportuno difundirlos para una mejor información de la ciudadanía.

Primero. Las medidas externas de control y regulación del sistema bancario son, según el historiador de las finanzas Charles Kindleberger, ineficaces, pues tanto los bancos como las agencias reguladoras las ignoran en la práctica. Además, según este mismo historiador, hacer que estas medidas fuesen más estrictas no ayudaría mucho: la mala gestión de los bancos es difícil de detectar, y cuando incurren en fraude aún más.[4]

Al final, se termina por recurrir al ‘rescate bancario’ con dinero público, solución que plantea los siguientes problemas:

·         Los costes fiscales para el Estado de las crisis bancarias sistémicas pueden ser sustanciales: una muestra de 37 países en el período 1970-2007, arrojó un resultado medio de aproximadamente el 13.3 % del PIB  de los países afectados.[5]
·         La recapitalización de los bancos puede no ser suficiente si estos tienen mucho invertido en ‘activos tóxicos’, es decir activos muy depreciados –como sucede en todo ‘crac’ posterior al estallido de una burbuja especulativa. Para enjugar sus pérdidas, los bancos se verán obligados a vender activos, con lo que los precios de los mismos caerán aún más, lo cual aumentará las necesidades de capital de los bancos; y vuelta a empezar. Para que las ayudas a los bancos no sea tirar dinero a un pozo sin fondo, el economista Paul De Grauwe sostiene que es necesario que los gobiernos ayuden a mantener el precio de estos activos, mediante compras masivas.[6] Naturalmente, ello aumentaría el coste fiscal de los rescates bancarios.
·         Los rescates bancarios pueden tener un coste añadido para los Estados, consistente en un aumento del prima de riesgo de su deuda soberana, ya que los inversores juzgan que el rescate socava la capacidad de un gobierno para hacer frente al reembolso de su deuda; esto, a su vez, hace más profunda la crisis bancaria, al depreciar los bonos estatales en el activo de los bancos. Así, el rescate bancario puede estabilizar el sector financiero pero constituir una ‘victoria pírrica’ para los contribuyentes.[7]
·         Estas ayudas públicas plantean el problema que en economía se conoce como ‘riesgo moral’, es decir que si los bancos saben que van a ser rescatados, asumirán más riesgos de los necesarios, lo que puede dar lugar a ulteriores crisis bancarias.[8]
·         Finalmente, los políticos en el gobierno pueden rescatar bancos cuya quiebra  no entraña riesgos sistémicos, por puro interés personal: porque no quieren quedar mal ante la ciudadanía, o porque aceptan presiones de banqueros poderosos con el fin de optar a mejores trabajos en el sector privado. Ello redunda en detrimento de los contribuyentes y es un claro caso de corrupción política, que se ha dado incluso en países desarrollados como Estados Unidos.[9]

Segundo. Si hay que rescatar a la banca con ayudas públicas para recapitalizarla, lo lógico es que el contribuyente acceda, en contraprestación, a un derecho de control sobre la empresa bancaria. Se trataría de actualizar aquel viejo principio que dio a luz a la democracia liberal moderna: “No taxation without representation” (No a los impuestos sin representación).

Tercero. Podemos recordar las opiniones de Lord Keynes, posiblemente el economista más influyente del siglo pasado. En efecto, este autor sostuvo la conveniencia de: 1) dirigir la política de inversiones “sobre la base de consideraciones de largo alcance y en vista del interés social general”; y 2) exonerar al capital productivo del pago del interés bancario –pues sólo por el hecho de poseer el dinero, el capital financiero, sin añadir ningún valor a la producción, es capaz de exigir el cobro de este interés, lo mismo que los poseedores de la tierra hacen con la renta agraria-; dicho de otro modo, se trata de promover “la eutanasia del rentier”.[10] Ambos objetivos se verían claramente satisfechos si se concibiera el crédito como un bien público y se nacionalizase la banca.

Pero la triste coyuntura económica actual, dominada por el huracán de la crisis económica, y que origina contradicciones sociales flagrantes -como el hecho de que el sistema bancario, que con una mano recibe grandes sumas de dinero del Estado para su saneamiento, con la otra desahucia a miles de familias-, nos proporciona otro argumento a favor de un nuevo estado de cosas que, como decía también Keynes, se  proponga “controlar y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia social y de la estabilidad social”.[11]

La titularidad pública de los bancos es una condición necesaria pero no suficiente para garantizar su estabilidad futura: la historia reciente de las crisis bancarias demuestra que muchos de los bancos que las han protagonizado, han sido de carácter estatal.[12] -No hace falta mirar muy lejos para convencernos de ello: en España hemos conocido la quiebra de las cajas de ahorros, entidades semipúblicas pero que se han revelado sumamente corruptas y especuladoras. Así pues, otro requisito adicional, fundamental para el correcto funcionamiento de las entidades nacionalizadas, es el de su gobierno democrático y transparente, en el que la sociedad civil          –sindicatos, asociaciones de consumidores y empresarios- esté ampliamente representada, trabajando con la asesoría de funcionarios especializados.

Todos estos objetivos serían hoy fácilmente realizables si hubiese la suficiente voluntad política, pues las bases materiales para lograrlo hace ya mucho tiempo que están dadas. En fecha tan temprana como 1910, el marxista Rudolf Hilferding tuvo la genialidad de identificar lo que él consideraba los dos rasgos principales del capitalismo ‘moderno’: la concentración empresarial en pocas unidades productivas, y la fusión del capital bancario y el industrial –lo que denominó ‘capital financiero’, y que se expresa en el hecho de que los bancos asumen el control de las empresas adquiriendo acciones de las mismas. En última instancia, según su previsión, unos pocos bancos terminarían por ejercer “el control sobre toda la producción social.”[13] Por tanto, se trataría solamente de retirarle a unos pocos capitalistas esta inmensa concentración de poder económico a favor de los poderes públicos.

Es este un proyecto –el de la nacionalización- que ha sido preparado intelectualmente por los mismos políticos conservadores, acuciados por las circunstancias; en efecto, la canciller alemana Angela Merkel reconoció, en octubre de 2008, en ocasión de unas ayudas millonarias a la banca alemana, que “sólo el Estado puede restablecer ahora la confianza en los mercados financieros”, añadiendo que ello “no se hacía en interés de los bancos, sino del pueblo.”[14]

Por último, una nacionalización del sistema bancario, además de brindar la oportunidad de someter la actividad económica a una política de planificación, esencial para evitar desgracias como la actual crisis financiera, impediría que el secreto bancario amparara: 1) el blanqueo de dinero (dirty money, o dinero sucio) por parte del crimen organizado, y 2) la evasión de impuestos escondiendo el dinero en paraísos fiscales, no sólo los tradicionales del Caribe, sino también los radicados en Europa (Islas del Canal, la Isla de Man, Mónaco, Andorra, Liechtenstein, Malta, Gibraltar, Chipre, Luxemburgo y Suiza, que convierten a nuestro continente en un auténtico coladero fiscal). Estas preocupantes lacras de las sociedades modernas comprometen enormes cantidades de dinero: el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico, tráfico de armas y de inmigrantes produce, según estimaciones de finales de 1997, unos 400.000 millones de dólares por año[15]; y en cuanto a los paraísos fiscales, la Red de Justicia Global ha calculado que la cantidad de fondos mantenidos en los mismos, es de aproximadamente 11,5 billones de dólares –con una pérdida resultante de ingresos fiscales de cerca de 250 mil millones de dólares, que es cinco veces lo que el Banco Mundial estimó que se necesitaría para lograr el Objetivo de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas, que propone reducir a la mitad la pobreza mundial para 2015.[16]

Que el sistema bancario es ‘colaborador necesario’ de estas prácticas criminales o inmorales, lo deduce el periodista Josep Manuel Novoa del hecho de que ninguna policía del mundo detenga cargamentos -transportados en barcos, camiones de gran tonelaje o aviones de carga- con fardos de dinero.[17]

En definitiva, la nacionalización del sector del crédito sería tanto una exigencia ética como económica.


CARLOS JAVIER BUGALLO SALOMÓN

Licenciado en Geografía e Historia                                                  Xirivella, Julio de 2012
Diplomado en Estudios Avanzados en Economía



[1] Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff: Esta vez es distinto. Ocho siglos de necedad financiera, Madrid, ed. Fondo de Cultura Económica, 2011, pp. 176 y 193.
[2] Kenneth M. Ayotte y David A. Skeel Jr.: “Bankruptcy or bailouts?”, en Scholarship at Penn Law, Paper 268 (Mayo, 2009), p. 2. Disponible en http:Isr.nellco.org/upenn_wps/268
[3] Gerard Caprio Jr. y Daniela Klingebiel: “Bank insolvency: bad luck, bad policy, or bad banking?”, en Annual Worl Bank Conference on Development Economics, The World Bank for Reconstruction and Development (1996), p. 5. Disponible en http://siteresources.worldbank.org/DEC/Resources/1870 1_bad_luck.pdf
[4] Charles p. Kindleberger: Manías, pánicos y cracs. Historia de las crisis financieras, Barcelona, ed. Ariel, 1991, pp. 205 y s.
[5] Luc Laeven y Fabian Valencia: “Systematic banking crisis: a new databse”, en IMF Working Paper 08/224, Fondo Monetario Internacional (Noviembre, 2008), p. 24. Disponible en http://www.imf.org/ external/pubs/ft/wp/2008/wp08224.pdf
[6] Paul De Grauwe: “The banking crisis: causes, consequences and remedies”, en CEPS Policy Brief, nº 178 (Noviembre, 2008), p. 9. Disponible en http://210.34.5.17/UploadFile/2009-04-13-16-01-15.pdf
[7] Viral V. Acharya, Itamar Drechsler y Philipp Schnabl: “A pyrrhic victory? Bank bailouts and sovereign credit risk”, en NBER Working Paper nº 17136, National Bureau of Economic Research (2011), p. 1. Disponible en http://archive.nyu.edu/bitstream/2451/31331/2/ADS_Paper_Aug2011.pdf
[8] Robert Boyer, Mario Dehove y Dominique Plihon: “Les crises financières: analyse et propositions”, en AA.VV.: Les crises financières, Paris, La Documentation française, 2004, pp. 147-150.
[9] Frederic S. Mishkin: “How big a problem is too big to fail? A review of Gary Stern and Ron Feldman’ Too big to fail: The hazars of bank bailouts”, en Journal of Economic Literature, vol. XLIV (Diciembre, 2006), pp. 993 y s. Disponible en http://www.business.unr.edu/faculty/rtl/791/toobigtofa il.pdf
[10] Alessadro Vercelli: Keynesianismo, Barcelona, ed. Oikos-Tau, 1989, pp. 53 y 58.
[11] Robert Skidelsky: El regreso de Keynes, Barcelona, ed. Crítica, 2009, p. 191.
[12] Luc Laeven y Fabian Valencia: ibídem, p. 19.
[13] Rudolf Hilferding: El capital financiero, Madrid, ed. Tecnos, 1985, pp. 3 y 191.
[15] Susan Strange: Dinero loco. El descontrol del sistema financiero global, Barcelona, ed. Paidós, 1999, p. 146.
[16] http://www.taxjustice.net/cms/front_content.php?idcatart=2&lang=1
[17] Joseph Manuel Novoa: Bancos, banqueros, bandidos, Madrid, ed. Akal, 2009, p. 133.