"Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua." Rosa Luxemburgo

viernes, 7 de agosto de 2015

¿Existe un «buen dracma»?

Michel Husson
Contribución al debate sobre Grecia
por Michel Husson

La rendición del gobierno de Tsipras a las imposiciones de la troika constituye una dolorosa derrota para quienes somos partidarios de una alternativa a la austeridad neoliberal en Europa. Recordemos brevemente, aunque sea de forma desordenada, las razones de esta derrota: subestimar la agresividad de las «instituciones», esa mezcla de fanatismo económico y de voluntad política para machacar una alternativa; no haber preparado las condiciones materiales para una ruptura que pasaba, sobre todo, por la suspensión unilateral del pago de la deuda; la no construcción de la relación de fuerzas ideológica interna necesaria para esta ruptura; la incapacidad de asumir el “no” del referéndum, al llevar a adoptar, en la lógica de una unión nacional, medidas que el propio gobierno había planteado a la población rechazar [en el referéndum]; y la ausencia de gobiernos que se alinearan en la misma perspectiva y el débil apoyo de los movimientos sociales.

A través de esa constatación, a menudo se llega a la conclusión de que, a fin de cuentas, en la zona euro no es posible desarrollar una política alternativa. Para Stathis Kouvelakis, «está claro que querer romper con las políticas neoliberales, ultraausteritarias y de los»memorándum«en el marco de la zona euro pone de manifiesto una ilusión que cuesta muy caro». La idea del «buen euro» y de «hacer que cambie Europa», el rechazo obstinado a un plan B y el encerrarse en un proceso agotador de pseudonegociaciones han conducido al desastre más grande de la izquierda que lucha por la transformación social en Europa tras el hundimiento de la URSS« |1|.

Jacques Sapir llega a la misma conclusión: «en realidad, no es posible modificar la UE desde dentro. La Izquierda Radical debe fijarse como primer objetivo la ruptura, al menos con las instituciones cuyo contenido semicolonial es predominante: es decir, el euro, y debe pensar construir alianzas políticas a partir de ese objetivo. Para ella ha llegado la hora de optar: habrá que romper [con el euro] o perecer» |2|.

Es posible que hoy en día en Grecia no haya otra alternativa que el Grexit. Se puede discutir. Pero de ahí no se puede llegar a la conclusión de que es necesaria una revisión estratégica para el conjunto de Europa. Esta opción binaria -o claudicar, de una forma u otra, o el Grexit- constituye un atajo que borra de un plumazo los elementos intermedios que actúan en la construcción de una relación de fuerzas.

En efecto, durante mucho tiempo el debate se ha planteado a menudo en esos términos. Actualmente, a la luz de la experiencia griega, son muchos quienes se apuntan a la salida del euro como la única alternativa posible. Pero, una vez más, se mezclan dos debates: el primero tiene que ver con la situación griega al día de hoy, y el segundo, es más general y se refiere a la estrategia de ruptura para Europa.

Voy a comenzar con un comentario realizado sobre mi artículo La economía política del crimen |3|: «Interesante, pero entonces ¿por qué usted se pronuncia siempre contra la salida del euro? Parece que le ha llevado tiempo comprender que el euro y los planes de ajuste impuesto a Grecia van de la mano. Su punto de vista no es coherente». La cuestión es que yo no he estado nunca «contra la salida del euro», como queda de manifiesto, entre otras contribuciones, en este resumen de un artículo publicado en 2011: «En este esquema, la salida del euro no constituye, una precondición. Al contrario es un arma que se puede utilizar como último recurso. La ruptura se debería realizar fundamentalmente en torno a dos puntos que permitirían obtener un margen de maniobra real: la nacionalización de la banca y la anulación de la deuda» |4|.

Como todo el mundo reconoce, la cuestión clave para Grecia es el carácter no sostenible de la deuda. En base a ello, la medida prioritaria a adoptar es la moratoria unilateral de la misma, seguida de su anulación total o parcial. ¿Pero qué tiene que ver esto con la salida del euro? Jamás he llegado a entender como se puede establecer una vínculo lógico entre esas dos medidas.

Supongamos que Grecia sale del euro. Primer supuesto: continua pagando la deuda. Se dirá que es absurdo, pero muchos de los que abogan por la salida del euro, aunque resulte extraño, no excluyen en absoluto esta posibilidad. Si la deuda debe ser reembolsada en euros, su valor real (en dracmas) aumentará en relación a la devaluación. Si fuese reembolsada en dracmas, equivaldría a una anulación parcial (por ejemplo, del 20 % si el dracma se hubiera devaluado en un 20 %); pero esta posibilidad no existe jurídicamente: la lex monetae no se aplica.

De todos modos, los acreedores no aceptarían una reducción semejante sin reaccionar y adoptar represalias, más allá de especular contra la nueva moneda. Lo mismo ocurre en el segundo caso en el que la salida del euro iría acompañada -lógicamente- de una anulación, tota o parcial, de la deuda. Como señala John Milios |5|, es fácil imaginar «la situación en la que Grecia, una vez fuera del euro, no podría encontrar reservas necesarias para mantener el tipo de cambio de su nueva moneda y debería pedir prestado en la zona euro o en otros lugares. Pero en la fase actual del capitalismo, cualquier préstamo conduce a un programa de austeridad. Así pues, ¿quién financiará al país para poder mantener el tipo de cambio de la nueva moneda?»

Los acreedores estarán presentes siempre y el paso al dracma les otorgará un baza importante. Una baza que solo dejaría de ser eficaz si el comercio exterior de Grecia fuera equilibrado. Este es el segundo argumento a favor de la salida del euro: gracias a la devaluación, las exportaciones griegas aumentarán y el comercio exterior se equilibraría de forma permanente.

Ahora bien, este esquema no toma en consideración dos elementos. El primero, la dependencia de la economía griega |6|: toda recuperación de la actividad se traduciría en un incremento notable de las importaciones, sobre todo, de productos alimenticios, medicamentos y petróleo (cuyos precios serán más caros debido a la devaluación). Se puede y, evidentemente, es necesario imaginar políticas industriales que reduzcan esta dependencia, pero sus efectos no serían inmediatos.

La segunda cuestión tiene que ver con el comportamiento de los capitalistas cuya prioridad es el restablecimiento de sus beneficios. La experiencia reciente muestra que la reducción de salarios en Grecia no se ha traducido en una reducción de precios sino en un aumento de los márgenes de beneficios en el sector de la exportación, hasta el punto punto que la Comisión Europea se planteaba interrogantes en torno a las «ausentes»· exportaciones griegas |7|. Este punto es importante: al hacer de la divisa el alfa y omega de problema griego, se entra en un callejón sin salida en lo que tiene que ver con las relaciones de clases en la sociedad griega. Por consiguiente, la salida del euro, en sí misma, no pone en cuestión la estructura oligárquica.

La otra ventaja de una salida del euro sería posibilitar que el Banco Central financiase el déficit público; es decir, al margen de los mercados financieros. Pero ahí también, la salida del euro no constituye la condición previa a la búsqueda de otros modos de financiación. La nacionalización de los bancos, con una cuota impuesta de títulos públicos, sería otro canal de financiación posible, al igual que la confiscación del Banco central. Esto constituiría otra forma de ruptura que no tendría nada que ver con la exigencia de un «buen euro».

Los partidarios de la salida del euro han logrado encerrar el debate en torno a la siguiente opción binaria: el «buen euro» idílico o la salida del euro; escurrirse por debajo de la mesa o ponerla patas arriba; no hacer del euro un tabú (¿pero sí un tótem?), etc. Que el balance de la experiencia griega conduzca a encerrar el debate estratégico en esa opción binaria resulta comprensible, pero la cuestión es más compleja.

No existe una salida fácil a la situación dramática en la que actualmente se encuentra Grecia. Puede ser que actualmente una salida del euro fuera para Grecia menos costosa que la aplicación del tercer memorándum que se avecina, que es más monstruoso aún que los dos anteriores. Pero no se trata de un camino de rosas y es necesario confesarlo de forma honesta. En segundo lugar, el riesgo es de hacer de ello la solución a todos los problemas de la economía griega, tengan que ver con la estructura productiva o el poder de la oligarquía.

La salida del euro se presenta casi siempre como una varita mágica que permite escapar a la dominación del capitalismo financiero, así como a las contradicciones internas entre capital y trabajo. Como si la salida del euro equivaliera a la salida de las políticas neoliberales. ¿Es que las grandes firmas y los ricos griegos van a abandonar la evasión fiscal por arte de birlibirloque? ¿Por qué regla de tres van a aceptar los armadores financiar las pensiones?

La fijación sobre la cuestión de la moneda resulta peligrosa en la medida en que desplaza a un segundo plano toda una serie de cuestiones que tienen que ver con las relaciones entre las clases y que van más allá de las fronteras. Grecia no es una «nación proletaria» sometida al yugo del euro; es una formación social estructurada por relaciones de clase. La suma total de los capitales huidos desde hace 10 años es tan grande como el total de la deuda griega, lo que no tiene nada que ver con el euro. Y la vuelta al dracma no cambiará nada. Peor aún, permitirá a los evasores fiscales repatriar sus capitales obteniendo una plusvalía proporcional a la tasa de devaluación.

Los partidarios de la salida del euro afirmarán aún que ellos también están a favor de la reforma fiscal y de otras medidas. Pero esos elementos del programa se relegan a un segundo plano y, además, es imposible demostrar que la salida del euro facilitaría su puesta en práctica. Más que reprochar a Tsipras el no haber preparado un plan B asimilado a la salida del euro, sería mejor reprocharle el no haber establecido, desde el primer día, un control de capitales, cosa que no hizo para mostrar su buena voluntad a las instituciones (troika).

Los argumentos a favor de la salida del euro se basan, en última instancia, en la fórmula definida por Jacques Sapir en una reciente tribuna: «las cuestiones del cambio de moneda y de la suspensión de pagos están íntimamente relacionadas» |8|. En relación al Grexit, plantea los siguientes problemas a resolver:
  1. Las reservas del Banco Central
  2. La liquidez de la banca
  3. La deuda
  4. Los bancos comerciales
Y subraya que es «muy importante que el gobierno griego anuncie la suspensión de pagos de la deuda al mismo tiempo que anuncia que el euro no es moneda de curso legal en su territorio.»
Es la simultaneidad entre suspensión del pago de la deuda y abandono del euro la que es discutible. La lógica razonaría según una secuencia diferente: de entrada, la suspensión del pago de la deuda, porque es la condición necesaria para una reorientación de la economía griega, y, después, las medidas de acompañamiento que se derivarían de ello: nacionalización de bancos, confiscación del Banco Central, control de capitales y creación eventual de una moneda paralela. Es un programa coherente que implica rupturas fundamentales con las reglas de juego europeas, pero que no exige a priori la salida del euro.

La salida del euro no constituye en sí mismo un programa; no es más que un instrumento a utilizar en caso de necesidad, y es necesario demostrar esa necesidad, más allá del encantamiento. La fetichización de la moneda desequilibra la construcción de un programa como el enunciado, da rienda suelta a ilusiones sobre el «buen dracma» que valen lo mismo que las, imaginarias, sobre el «buen euro» y solapa los problemas sociales tras una lógica nacional-monetaria.

John Milios, el antiguo «economista jefe» de Syriza, lo explica muy bien. «No hay ninguna razón para que las movilizaciones sociales que se oponen al neoliberalismo y al capitalismo dejen de existir porque Grecia continúa en el euro. Si fuera el caso, podría ser necesaria una nueva moneda para apoyar esta nueva vía. Pero nosotros tenemos que partir de esas movilizaciones y no al contrario. Por ello creo que la cuestión de la salida del euro es secundaria. Desde un punto de vista no teórica sino político (cómo modificar las relaciones de fuerza políticas y sociales) considero el euro como un problema falso. No participo en los debates sobre la moneda porque desplazan la cuestión principal que es cómo derrotar la estrategia a largo plazo, a favor de la austeridad, de los capitalistas griegos y europeos.» |9|

26/07/2015

Notas:
|1| Stathis Kouvelakis,»Il faut s’opposer à ceux qui mènent la Grèce et la gauche grecque à la capitulation", 24 de julio de 2015.
|2| Jacques Sapir, «La Grèce, la gôche, la gauche», El Correo, 25 de julio de 2015.
|3| Michel Husson, «La economía política del crimen» en http://www.vientosur.info/spip.php?.... NB. Como he estado implicado de forma directa en el debate griego en tanto que miembro de la Comisión por la verdad sobre la deuda griega, aquí me expreso en primera persona.
|4| Michel Husson, "Euro : ¿Salir o no salir?, en http://vientosur.info/spip.php?arti...
|5| John Milios, «Ils pensaient pouvoir gouverner de la même façon qu’avant la crise», A l’encontre, 22 juillet 2015.
|6| Michel Husson, «Grèce : une économie dépendante et rentière», A l’encontre, 12 Mars 2015 ; George Economakis, Maria Markaki, Alexios Anastasiadis, «Structural Analysis of the Greek Economy», Review of Radical Political Economics, Vol. 47(3), 2015.
|7| Uwe Böwer, Vasiliki Michou, Christoph Ungerer «The Puzzle of the Missing Greek Exports», European Economy, 2014.
|8| Jacques Sapir, «Les conditions d’un»Grexit«», 11 juillet 2015.
|9| John Milios, ya citado.