"Quien se pronuncia por el camino reformista en lugar de y en oposición a la conquista del poder político y a la revolución social no elige en realidad un camino más tranquilo, seguro y lento hacia el mismo objetivo, sino un objetivo diferente: en lugar de la implantación de una nueva sociedad, elige unas modificaciones insustanciales de la antigua." Rosa Luxemburgo

sábado, 8 de enero de 2011

La (Des)Unión Europea ante la crisis

El ‘rescate’ de Irlanda es el último episodio de la crisis en la eurozona. La UE es un acuerdo entre élites y a la vez un proyecto fracturado que está resultando ser una fuente de inestabilidad y conflicto social. La tensión entre los Estados europeos (especialmente entre los países céntricos y los de la periferia) ha caracterizado estos últimos años de crisis. Por Angie Gago

El recrudecimiento de la crisis en Irlanda demuestra tres elementos importantes. Primero, que los rescates de los bancos junto con los recortes sociales y laborales, más que representar la ‘única solución posible’ a la crisis –tal como sigue predicando la clase dirigente mundial–, más bien la profundizan.
Cuando estalló la crisis hace tres años, el gobierno irlandés garantizó todos los depósitos bancarios, elevando así la deuda pública e instalando en los inversores internacionales la idea de que la solvencia del Estado irlandés estaba íntimamente ligada a la de sus bancos privados. Cuando los bancos intervenidos empezaron a perder importantes clientes, todo se hundió, abriendo así una nueva crisis política. El gobierno de Dublín hizo ‘los deberes’ que le pedían los organismos neoliberales internacionales, recortando muchos billones de su gasto público. Pero de poco sirvieron para frenar la caída; más bien representaron un desestímulo económico.
El ‘rescate’ de Irlanda por la UE y el FMI demuestra que la crisis internacional sigue avanzando, con el Estado español en el ojo del huracán. El desenlace irlandés ha mostrado la desunión que existe en el seno de la Unión Europea sobre cómo reaccionar a la crisis. Alemania, con la economía más saneada y fuerte de toda la UE, tardó en aceptar el rescate y ha habido desencuentros entre este país y Francia, por un lado, y Dublín por el otro, sobre las condiciones aplicadas a la operación. Alemania ha insistido en la participación del FMI en el rescate y ha querido acabar con los muy bajos impuestos de sociedades existentes en Irlanda –no por ser injusto que las muchas multinacionales que se han establecido en Irlanda paguen pocos impuestos, sino porque Alemania y Francia prefieren que éstos vayan a sus países. Irlanda se resiste, porque su política de benevolencia hacia las grandes empresas ha sido clave en su crecimiento económico en la última década, y la considera necesaria para salir de la crisis. Muchos economistas han criticado la postura de Alemania por dificultar el rescate, “preocupar a los mercados” y extender la crisis a otros países europeos ‘periféricos’.
La crisis económica actual sigue mostrando las limitaciones de una unión incompleta en el terreno político y con insuficiencias importantes en la coordinación del plano económico. El desencuentro de Irlanda no es el primero de este tipo, como veremos a continuación.

Irlanda no es la única

La pasada primavera, la crisis económica en Grecia desató todo tipo de enfrentamientos entre los Estados europeos, tras la oposición de Alemania a rescatar al país helénico. Fue todo un problema para Angela Merkel explicar el rescate de otros países considerados “despilfarradores” por la opinión pública alemana. La situación era tan desesperada, y los bancos alemanes habían prestado tanto a Grecia dejándoles expuestos a una nueva crisis bancaria, que Merkel tuvo que ceder en el rescate, pero exigiendo a cambio duras medidas de austeridad para los países con deuda. Además, Alemania está presionando para conseguir una modificación en el Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento para aplicar una mayor homogeneización en las políticas fiscales, entre otras. Esto daría lugar a un mayor poder para el gobierno de la UE.
Por su parte, los países de la periferia, los denominados “PIIGS” (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y Estado español), están teniendo graves problemas a la hora de aplicar las reformas exigidas por la UE. La puesta en marcha de los planes de austeridad ha dado lugar a una ola de huelgas y movilizaciones por parte de la clase trabajadora de estos países, como la Huelga General en Portugal (ver caja).
Los gobiernos de los PIIGS se están enfrentado a una crisis política que, en algunos casos, se demuestra en los continuas remodelaciones de gobiernos, y en otros se agrava hasta el punto de que no pueden ponerse de acuerdo para aprobar los presupuestos.
A esto se le suma el papel que juega la Unión Europea en el ámbito internacional y las consecuencias que tendrá la denominada “guerra de divisas”. La amenaza de Estados Unidos de que devaluará el dólar para aumentar su competitividad en las exportaciones ha dado lugar a un revuelo dentro de las fronteras europeas. Alemania, segunda exportadora mundial, esperaba que la devaluación del euro frente al dólar estimulara las exportaciones, pero el anuncio de EEUU juega en contra de estos planes.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Justo después de la II Guerra Mundial, se establecieron muchas de las bases para entender cómo funciona la UE hoy en día. Uno de los pactos no escritos fue fijar que Francia tendría el liderazgo político, mientras que Alemania sería la fuente económica más potente. La urgencia de reconstruir la economía europea, sobre todo la de Alemania occidental, venía de la necesidad de tener una oposición fuerte al bloque estalinista. Pero para ello se necesitaba alguna forma de cooperación entre Alemania y Francia, que habían sido rivales históricos.
Esta fue la razón inicial que dio origen a la construcción de la UE, culminando en 1957 con el Tratado de Roma, que establecía la Comunidad Económica Europea (CEE). Francia y Alemania han mantenido diferencias sobre la forma y el contenido de la UE desde el principio, dándose dos tendencias contradictorias. Por una parte, entendieron que tenían que crear un bloque económico fuerte para competir a nivel internacional, sobre todo con EEUU. Pero, por otra, ambos Estados han luchado a lo largo de la historia para imponer sus intereses nacionales. Esto es porque, a pesar de todas las fusiones de empresas a nivel europeo durante los últimos años, el capital europeo –incluyendo el francés y el alemán– sigue estando organizado principalmente a nivel estatal. Esto queda en evidencia con el modo en que, ante la crisis financiera, los diferentes estados han defendido tan férreamente a ‘sus bancos’.
Las diferentes identidades económicas conllevan diferentes posturas geopolíticas. Desde un principio, Francia ha preferido una unión entre estados sólo en el plano económico pero independiente en el político, y no la creación de una federación supranacional con un poder político centralizado. Esta contradicción entre un bloque económico de comercio libre pero sin poder político se mantiene hoy día.
En 1970, la economía mundial entró en una crisis que acabó con el sistema de tipos de cambio basado en el valor del dólar –Bretton Woods– y vio respuestas descoordinadas por parte de los países europeos. La necesidad de crear mecanismos conjuntos para luchar contra la crisis dio lugar a un avance en la construcción de la UE. En 1979 se crea el Sistema Monetario Europeo, basado en tipos de cambio europeos fijos, para proteger al marco alemán de una reevaluación frente a la devaluación del dólar. Esta situación es similar a la que estamos 
viviendo en estos días, por lo que no extraña la presión de Alemania para una mayor coordinación en la regulación del euro.
La devaluación del dólar y el uso del mismo como única moneda de reserva internacional es un arma económica muy potente que utiliza EEUU para mantener su supremacía económica. La consecuencia que esto ha tenido en Europa ha sido una continua deflación en la economía, ayudando en el caso alemán a suprimir la demanda interna.
La creación del Sistema Económico Europeo no fue suficiente para estabilizar el mercado de la zona. La CEE necesitaba una mayor convergencia económica, determinada por las políticas económicas de Alemania. Esto se vio realizado a partir de 1983, cuando Francia hizo un giro para aceptar una mayor centralización de la economía europea. Este giro concluyó con el Tratado de Maastricht de 1991 y la creación del Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 1997. Para la creación del mismo, Alemania impuso varias medidas de austeridad a otros países europeos. Además, este fue el inicio del proceso de creación del euro y de un acuerdo para crear un presupuesto europeo.
La aplicación de los planes de austeridad entonces dio lugar a un crecimiento del escepticismo de la ciudadanía sobre la UE y de un aumento de la lucha de clases, desembocando en el rechazo a la Constitución europea en 2005 tanto en Francia como en los Países Bajos. Aún así, no se ha logrado frenar la convergencia económica europea desde la creación del euro y del Banco Central Europeo (BCE).

Las deficiencias del euro

La creación del euro ha evidenciado aún más las diferencias en el seno de la UE. El euro y sus mecanismos de regulación se establecieron con la economía alemana como guía. Por ejemplo, tras la recesión de 1992 el gobierno alemán impuso una estrategia de ‘contención del gasto’ en Europa para nivelar la inflación con los índices alemanes. La clase capitalista de otros países, sobre todo la francesa, a la que le gusta sentirse políticamente independiente, no dependía tanto de las exportaciones y el control de precios, y no estaba satisfecha con esta política.
Este tipo de enfrentamientos por las diferencias en las políticas monetarias fue la que forzó la creación de la moneda única. Sin embargo, Alemania dejó claro que no dejaría el marco si no podía asegurarse que la nueva moneda sería igual de estable. Además, luchó por la independencia del BCE y por el mantenimiento de las condiciones del Tratado de Maastricht. Pero Francia temió que esta idea le restara poder, y por eso defendió una postura más flexible para los presupuestos deficitarios que permitiera la entrada en el euro de los Estados ‘periféricos’ –entre ellos el español. Éstos contaban con un retraso evidente en el desarrollo económico, sobre todo en relación a la competitividad, la deuda y la inflación.
El Tratado de Maastricht cuenta con una deficiencia fundamental para entender qué está pasando en la actualidad: la ausencia de una política fiscal común. Así, la UE no puede regular los impuestos, el gasto público o los créditos. No se creó tampoco ningún fondo o agencia para ayudar a los Estados con deuda. Se prohibió que el Banco Central Europeo diese créditos o comprase deuda pública.
La adopción final del euro supuso una competencia para el dólar, pero no hasta el punto de convertirse en la moneda de reserva internacional. El gobierno alemán ha conseguido ser más competitivo que sus aliados europeos y tener superávit en su balance comercial, convirtiéndose en acreedor del resto de países europeos, para que éstos puedan comprar las exportaciones alemanas.

La crisis actual y la respuesta de la UE

La caída de beneficios en relación a las inversiones productivas en Estados como el español, junto con la desregulación del sistema financiero y las grandes inversiones financieras producto en gran parte del superávit alemán, conllevó la creación de grandes ‘burbujas’ (principalmente inmobiliarias) en Estados como el español e Irlanda. Así se creó una situación de desigualdad económica que quedó camuflada mientras persistían las burbujas. Cuando, como consecuencia de la parálisis financiera mundial de 2008, el gasto privado se redujo de manera drástica, el déficit fiscal explotó –resultado en su mayor parte de los bajos impuestos y el aumento del gasto social que ha provocado la recesión–, dejando a los Estados con niveles de deuda muy elevados. Su pertenencia al euro mostró ser una debilidad, dado que no existe la posibilidad de una devaluación de la moneda ‘nacional’ para animar las exportaciones y el gasto, pero que por ser una unión incompleta tampoco existen mecanismos europeos para paliar las caídas económicas. Así es cómo la crisis ha puesto de relieve la debilidad de la unión monetaria europea.
Cuando estalló la crisis en Grecia causando una depreciación del euro, las diferencias entre Francia y Alemania volvieron a surgir. Mientras que la primera defendió el rescate de la UE, la segunda se resistía a ayudar a Grecia. Al final Alemania cedió, pero exigiendo, entre otras cosas, requisitos más estrictos para cumplir con los planes de austeridad. Además, el BCE anunció que comenzaría a comprar deuda soberana, una decisión que va en contra del Tratado de Maastricht.
Estos cambios han dado lugar a una revisión de la coordinación económica europea, avanzando hacia un modelo más federalista. Aún así, todas las medidas tomadas para los rescates actuales son temporales, y la participación del FMI (dominada por Washington) en los rescates también muestra los límites del proceso de ‘europeización’. El desacuerdo entre Francia y Alemania sigue ahí presente. Mientras que Francia desea más coordinación fiscal, Alemania pide más sanciones para los países con deuda, y el enfrentamiento entre ambos ha dado un paso más allá, ya que Francia ha cuestionado si las políticas económicas de Alemania se adaptan a la eurozona o sólo a sus intereses nacionales.
Otro punto muy importante en este desacuerdo se encuentra en las grandes dificultades que está teniendo Sarkozy para rebajar las condiciones de vida de la clase trabajadora francesa. Las clases populares francesas son generalmente euroescépticas, ya que relacionan la UE con los ataques contra sus condiciones de vida.
El enfrentamiento entre la clase dirigente europea está afectando también de manera negativa a la crisis económica, ya que le resta confianza a la eurozona y frena las inversiones. Todo esto ha dado lugar a un debate muy recurrente: la desaparición del euro. Entre algunos analistas se comienza a hablar de una crisis en la UE que pueda acabar con la unión monetaria. Sin embargo, esta opción parece aún improbable, ya que esto mostraría aún más debilidad en los mercados.

Europa al rescate

Lo que está claro es que cualquier solución a la crisis que venga de las clases dirigentes implica enormes recortes en los derechos de los trabajadores y trabajadoras. Los planes de austeridad conllevan despidos masivos en el sector público, recortes en las ayudas del desempleo, retrasos en la edad de jubilación, subida de impuestos para las clases populares, etc. Estas medidas no van a solucionar realmente la crisis, como demuestra el caso irlandés. Satisfacen las demandas de la clase capitalista para estabilizar la economía de manera provisional, pero no provocará el desarrollo de la misma.
Los tipos de interés que se están exigiendo a las economías rescatadas de Grecia e Irlanda alcanzan el 5-7%, y las condiciones para recibir el dinero están sujetas a múltiples exámenes, a través de los cuales estos países tienen que demostrar que están llevando a cabo las medidas de austeridad. En los próximos meses, las movilizaciones de la clase trabajadora serán clave para decantar la balanza hacia uno u otro lado. Los Estados periféricos parecen una cuerda que cada vez se tensa más, donde por un lado tiran las exigencias de Alemania y de la clase dirigente mundial para imponer recortes, y por el otro las movilizaciones obreras para frenarlos. Pero los recortes se están aplicando también en los países más ricos de la UE y provocando el estallido de protestas, como en Gran Bretaña (ver caja pág. 13).
La crisis económica ha dado lugar a una crisis política profunda debido al desacuerdo entre las clases capitalistas nacionales de la eurozona, y esto abre muchas posibilidades para la lucha de clases. La batalla está servida, y hay que ganarla.

Portugal: Éxito de la Huelga General contra la ofensiva brutal

“La mayor huelga general de la historia”. Este es uno de los titulares que encabezaban los periódicos portugueses el día posterior a la Huelga General.
Como era de esperar, el Gobierno ‘socialista’ de José Socrates minimizó el impacto del paro, llegando a cifrar en menos de un 20% el seguimiento de la movilización. Pero esta vez no coló. Según fuentes de los sindicatos, cuatro millones de trabajadores, de una población activa de poco más de cinco millones, pararon el 24 de noviembre. El paro fue prácticamente total en transportes, puertos, escuelas, centros sanitarios y universidades. El seguimiento en todo el sector público se cifró entre un 85% y 90%. El paro en los aeropuertos fue del 90%. En cuanto a la industria, los astilleros del norte del país pararon al completo y la planta de Volkswagen, la mayor del país con 9.000 trabajadores, también paró su producción.
Hacía 22 años que las dos grandes centrales sindicales portuguesas no convocaban conjuntamente una Huelga General. Desde 1988 la UGT, de tendencia socialista, no se unía a la mayoritaria CGTP, vinculada al Partido Comunista de Portugal.
Pese a la respuesta de los trabajadores portugueses, el gobierno social-liberal de Sócrates ha mantenido su política de recortes aprobando en el Parlamento el presupuesto para 2011 dos días después de la Huelga. Éste supone un recorte en el gasto público, incluyendo salarios de funcionarios, y un aumento del IVA hasta el 23%.
Los ataques contra los trabajadores se están generalizando en toda Europa. Y Portugal, en el centro de las miradas de los especuladores financieros, no iba a ser menos. El riesgo de un próximo ‘rescate’ de la economía portuguesa por parte de la UE es inminente, y esto conllevaría un recorte aún mayor en los derechos de los trabajadores portugueses.
Pero, como demostraron los compañeros portugueses, también es hora de generalizar las resistencias. Este éxito es solo un paso más.
José I. García Sánchez

Gran Bretaña: ¡Los estudiantes iluminan la noche!

Desde su formación en la primavera, el nuevo gobierno de coalición conservador-liberal liderado por David Cameron está llevando a cabo el asalto más grande contra el sector público desde hace décadas. Intenta deshacerse de medio millón de empleos públicos y reducir el presupuesto para los ayuntamientos un 25%. Se acabará con las ayudas a muchísimos disminuidos físicos para pagar sus gastos de transporte y se triplicarán las tasas universitarias a más de 1.000 euros al año.
Lo cierto es, sin embargo, que el Reino Unido no tiene una deuda pública especialmente problemática. Los conservadores están aprovechando la crisis para reducir el sector público a ‘mínimos’. Pero esta apuesta es arriesgada en dos sentidos. Primero, muchos economistas, como el gurú del neoliberalismo Martin Wolf, temen que en un contexto de poco crecimiento los recortes producirán el efecto contrario del que pretenden: una caída de la actividad económica y la vuelta a la recesión. Segundo, y más importante, la apuesta ha despertado una contestación social explosiva. El 10 de noviembre, 50.000 estudiantes y profesores rompieron la calma social manifestándose en Londres. Luego fueron varios miles a la sede de los conservadores, donde algunos, aplaudidos por los demás, rompieron los cristales de la entrada y subieron a la azotea. Los medios reaccionaron haciendo una campaña contra los estudiantes “violentos”. No obstante, la mayoría de la población apoya a los estudiantes, pues entiende que están en el mismo barco. En pocos meses, el gobierno empieza a ser tan odiado como el de Thatcher.
Dos semanas después, los estudiantes volvieron a la carga, haciendo encierros en varias ciudades. Decenas de miles se manifestaron en protestas descentralizadas, donde las jóvenes (muchas estudiantes de institutos) encabezaron asaltos contra vehículos policiales.
Ahora se debate sobre si la lucha de los estudiantes y profesores puede ser el comienzo de una contestación más amplia. Pero claramente soplan nuevos vientos en el momento en que la clase trabajadora británica más los necesitaba.
Luke Stobart 
                                                                                                                                                                  
Fuente: enlucha